No puedo respirar. El aire se condensa como en una sala de vapor. El pecho se me oprime y un incesante pitido retumba en mis oídos. La presión sube a mi cabeza, es como un toro que se choca con ímpetu contra mí. El agua cae gota a gota, se pasea por la llanura de mi piel, que un día no será más que pliegues de un pasado amanecer.
Y de repente, aire. Toda mi visión cerúlea.
<Lucero de la mañana préstame tu claridad para alumbrarle los pasos a mi amante que se va> Simón Díaz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario