Dentro de cada persona cuerda hay un loco luchando por salir a la luz.

viernes, 18 de enero de 2008




Y se da cuenta, a la vez,

que su corazón era algo

negro, hondo, mudo y

vacío...


Doña Bárbara, Rómulo Gallegos

viernes, 4 de enero de 2008

Carta sin destinatario





Él no sabe quién soy yo. Ni yo sé quién es él. Peor no podía empezar una historia así.

Sólo se que hay un tren, una vía y un destino. Pero como toda buena historia - o al menos eso creo yo - no acaba aquí. Hay conexiones, retrasos inesperados, cambios de vías, bifurcaciones...


Sólo sé que cada mañana sale como una flecha disparada desde esa misma esquina; lo sigo con la mirada, corro tras él y lo alcanzo. Esperamos callados, pensando, cantando, mirando, escudriñando en el rostro de los demás, escudriñando en las vías de un tren.


A veces, nuestras manos casi chocan, pero las miradas apenas se detienen. A través del reflejo del vidrio le veo venir. Él en un extremo y yo en el otro; él en un vagón y yo en el siguiente, él junto a mí y yo junto a él... tan cerca, pero tan distantes a la vez.


Yo bajo aquí, pero él sigue, no para aquí. Me sigue con la mirada y apenas si reparo en ello.


Ahora sé que baja más allá. Con prisa pero con garbo entra en un túnel a no sé donde, más allá más camino por andar... Rezagado al fondo espera el próximo vagón. Yo, temerosa de mí misma, me retiro, abandono y me marcho en la siguiente estación.


¿A dónde va?, no lo sé. ¿Qué hará?, no lo sé, ni cuándo ni cómo regresará.


Un día le veo venir, el frío roza mi rostro, los coches desvían mi atención, pero algo me dirige a su encuentro... ¿Quién es? Ahora me queda menos claro. Un frío hielo recorre mi cuerpo, la indiferencia es palpable; ¿quién es ella, y a dónde la llevas?


Otras veces, se percata de mi presencia y vuela hacia allí, me sigue, me mira, me espera. Hace alarde de leer, pero dudo que le interesen tanto las noticias del día, como el nuevo jersei que llevo hoy.


Pocas veces he mirado sus ojos, pero hoy los he visto. Recorrían cada parte de mi ser, como un niño asustado con sus ojos escondidos tratando de no ser vistos, aunque sabe que han sido descubiertos.


Esa ha sido la última vez que te he visto. Me has fallado, he fallado, el destino no ha querido cruzarnos de nuevo; el tiempo, caprichoso, no ha jugado a mí favor. Te he perdido cuando ni siquiera te había alcanzado.


Ahora te busco con todos mis sentidos, no sé en qué dirección voy, ni en la que debería ir. Las fuerzas se acaban con cada día que pasa, cada viaje perdido, con cada esperanza echada al vacío.


Pero aquí sigo esperando, cada noche junto a mi ventana, que ya no es la misma y ya no da a ese tren de recuerdos. Sin embargo, un día te esperaré, sentada en la misma esquina, en la misma vía, esperando el mismo tren que nos llevaba por el amanecer y nos reencontraba en una esperanza al atardecer.

Venezolanísimo



Chévere
Pana
Rumba
Coñazo
Echar los perros
Hablar paja
Arrecho
Carajito/a
Mojoneado/a
Sifrino/a
Arepa
Cachapa
Agua e'panela
Pichirre
El club de los Tigritos
Salserin
Sapo
Guayoyo
Cocosete
Choro
Esto es lo que hay
Chúpate esa mandarina
Capocho/a
Echao pa'lante
Chamo/a
Jeva
Pelando bolas!
Arrocero/a
Bochinche
Catire/a
Bonche
Ñapa
Jala bolas
De pinga!
De bola!
Empate
Gallo/a
Jurungar
Lechuo/a
Pasapalo
Vaina
Pava
Que raya!!
Raspao
Pilas!/Moscas!
Sóbate!
Vacilar
Zaperoco
ETC, ETC, ETC...

jueves, 3 de enero de 2008

Entre odios y añoranzas...



Odio las llamadas con las típicas conversaciones superfluas, esas de:

Hola, ¿qué tal?
¿Qué hora es allá?
¿Cómo está el clima?, y cosas por el estilo...

Odio al perro de mi vecina, y a mi vecina.
Odio a mi odontólogo y él lo sabe.
Odio las listas y clasificaciones y, sin embargo, todos hacemos uso de ellas.

Odio los días lluviosos, como hoy, en los que tengo que salir.
Odio los días soleados cuando mi alma está en pena.
Odio a los padres que se olvidan de sus hijos,
los que ni siquiera se acuerdan de cuántos años tienen
o de qué año hacen en el colegio.
Odio los hijos que de mayores también hacen algo parecido.

Por momentos, odio mi carrera y me odio a mí misma
por no dar un paso adelante,
pero tampoco un paso atrás.

Odio que irrumpan en mi "espacio" personal.
Odio las generalizaciones y, sin embargo, todos las hacemos.
Odio ser mujer y vivir en este siglo
Odio ir de compras y comprobar que nada me queda bien -sí, las delgadas también
tenemos nuestros problemillas-.
Odio sonrojarme por todo y sin razón.

A veces odio los periódicos, pero terminaré trabajando en uno.
O igual no, quizás en una radio.
O igual no, y termino en el paro.

Odio los 31 de diciembre sin mi casa ni mi jardín.
Odio la legalidad y todo aquello que te dice "tú eres de aquí y tú no",
preferiría que todo fuese como dicen en El Paciente Inglés:
"Nosotros somos los países auténticos, no las fronteras trazadas
en los mapas con los nombres de los poderosos", o algo así, no recuerdo bien.

Odio los que miran por encima del hombro.
Odio la injusticia, pero ¿quién es totalmente justo en esta vida?
Odio que los niños tengan que vivir en la calle, que no puedan tener una
infancia como la que hemos disfrutado nosotros y que tengan que prostituir
su cuerpo y su alma por culpa de otros.

Y odio muchas cosas más.

Sin embargo, no me estoy matando uno con otro ni hago guerras por ello, porque son muchísimas más las que me alegran el día y me hacen continuar de pie.
O me ayudan a levantar cuando me he caido, pero ahí están.

Tanto odio y tanta guerra, ¿para qué?

La respuesta debe ser divina y quizás un ser terrenal como yo no la comprenda,
pero, por favor, si alguien la entiende que, al menos, haga el intento de explicámela
a mí también.

Y, ¿qué adoro?


Por ejemplo, la palabra zaguán:


(Del ár. hisp. istawán, y este del ár. clás. usṭuwān[ah]).


1. m. Espacio cubierto situado dentro de una casa, que sirve de entrada a ella y está inmediato a la puerta de la calle.


Esa palabra que me recuerda las tardes en mi país cuando estudiaba arte y veía las grandes casas coloniales del estado Falcón. Días de incertidumbre, donde admiraba casas con un enorme zaguán y esas ventanas a través de las cuales era posible descubrir cuanto mundo y vida pasara frente a ellas: la Casa de las cien ventanas o la Casa de las ventanas de hierro.


Y, sin ir más lejos, los relatos de Antonia Palacios sobre esa chiquilla curiosa y extrovertida que un día se da cuenta de que es ya una mujer.


Los niños en la placita cantan:


arroz con leche me quiero casar
con una viudita de la capital...


Pero Ana Isabel no puede mirarlos. Está de pie con los ojos abiertos, junto a la ventana, pero no puede mirarlos. Un velo de lluvia, menuda lluvia de lágrimas, los envuelve, los aleja [...] De la copa de la ceiba caen lentos, blancos copos como de nieve, nieve de recuerdos y de nostalgias. Tras la fina lluvia de lágrimas, tras la reja, Ana Isabel los mira caer...


Ana Isabel, una niña decente de Antonia Palacios

miércoles, 2 de enero de 2008

Pétalos a medio camino



Y lo miro y lo vuelvo a admirar.

¿Es posible luchar por una batalla ya perdida?

Yo creo que sí. Siempre es así.

Un click aquí, un click allá... y todo terminará.


>> Luego sonrió tristemente, como se sonríe al engaño cuando se acaban de acariciar esperanzas tal vez irrealizables>> Doña Bárbara, Rómulo Gallegos