Son muchas las personas que van a los parques, pero la mayoría se pueden encuadrar en algunas tipologías -sí, ya sé que son odiosas las clasificaciones y todo ese rollo, pero qué se le va hacer- y hoy lo he comprobado con estos hermosos ojos que la naturaleza, o mis padres me dieron. Modestia aparte, claro.
Están por supuesto los turistas. Indispensables en cualquier lugar que se digne a ser llamado "turístico", pero obstinadamente inoportunos.
Los niños que nunca faltan. Un padre divorciado que sacó tiempo para jugar con su hija sobre el césped; unas jóvenes madres que hacen saltar la cuerda a sus hijas; un niño en su triciclo despidiéndose ¡Adéu, adéu!
Los que se llevan el
tupperware para comer en la hora de descanso y los que van con las bolsas de la compra y juegan a ser
chefs. Los que van en manada y hacen sus malabarismos; los que están ahí sólo porque iban de paso. Los enamorados que buscan una sombra, un rincón o cualquier recoveco similar donde dar rienda suelta a sus pasiones más o menos decorosas.
Después están los que van más a su rollo, con el MP3, leyendo un libro a la sombra de un arbusto, o caminando porque sí. Y los desdichados que no encuentran su rincón en este lado del mundo.
Si tienes suerte hasta puedes escuchar algún que otro acorde de guitarra; toparte con un enamorado de la vida en bicicleta que te dice ¡Adiós! O ese loco trepado a un árbol que todos deseamos desesperadamente ser.

Cinco meses después no lo encontré, pero el árbol seguía allí. Sólo que yo soy demasiado temerosa de mí misma como para emprender tal aventura.
Sales con los pulmones nuevos, o casi, al fin y al cabo es un parque, pero en medio de la ciudad. Sigues caminando, miras aquí y allá; la avenida, los coches, los edificios que van ascendiendo uno tras otro. En la esquina cinco hombres hablan de negocios; te detienes, el semáforo está en rojo. A la derecha el Museu de la Xocolata, tú sólo deleitas un trocito de
snickers. Cambia el semáforo, cruzas y de repente: ¡Así te mueras, hijoputa! Una mujer en medio de la calle grita al ladrón de su móvil que va calle abajo en bicicleta.
Mis sentidos, cinco, seis y los que quieran, están atentos a todo lo que sucede a mi alrededor. Me detengo, bajo la mirada, camino, y ¡zas! casi me lleva este chico en patineta. Lástima, no estaba tan mal.
Lo bueno de caminar por Barcelona es que vayas donde vayas seguro que paras en Las Ramblas; no hay pérdida. Plaza Sant Jaume, una pizarra fuera de un restaurante anuncia las pizzas a 2.80€ Los turistas pasan sin cesar. Un callejón, tumulto de gente, son todos adolescentes, rubios, ojos azules, y al fondo una cabeza que sobresale por su altura y su alopecia. Me mira con ojos desorbitados balbuciendo: you? you? Yo salgo disparada entre el tumulto, abriéndome paso como sea, deseando salir de ese embrollo.
Soy libre, sé dónde estoy. Sigo caminando, de nuevo más callejones. ¿Entro allí? Me pregunto. Sí, toda entrada ha de tener su salida correspondiente o eso espero, al menos. Salgo, me doy cuenta de que he dado la vuelta más tonta que podía haber dado. Así que, aquí estamos de nuevo.
Un cartel promociona "agencia de relaciones serias o pasajeras, por favor llamar al número [...]" Oh, no, el semáforo está en verde, ya no apunto el número. Mierda, y yo que quería llamar (se capta la ironía, ¿no?)
Un par de músicos acompañados por un anciano y una joven que vende cd's tocan algo que me traslada a los bares de los años 50. No sé, sólo se me ocurre eso.
Vuelvo al MP3 y a mi mundo; de fondo, una avalancha de gente que me lleva por delante. Hago una parada, recargo el tanque, más chocolate.
Por aquí ya he caminado, cambio de acera. "Con calma Restaurante" reza el rótulo de ese local, fuera dos mujeres charlan. Sigo mi ruta, un bebé me mira y sonrié. ¿Puede haber algo más humilde que la gracia de un bebé? ¿Un alma pura que aún no conoce las desdichas del
ser?Paro, necesito descansar. El descanso es perturbado por un camión que se propone quitarme la cabeza, si continúo con mi alarde de chica pantene en plan
melena al viento.
Así que decido continuar. Tras los cristales de Matías
Guarro Espais se pueden vislumbrar unos confortables sofás. Esto sólo lo cuento porque me hizo gracia lo de Guarro, pero nada más.
Ya no puedo. Llego a duras penas hasta la boca del metro. Me recibe la exposición sobre los bombardeos en Barcelona durante la Guerra civil. A lo lejos, escucho un saxofón; intento tararear algo, pero no sale nada. Mis ojos se fijan en unas palabras de Juan Goytisolo:
"En tiempos de ignominia como ahora, a escala planetaria y cuando la crueldad se extiende por doquiera fría y robotizada, aún queda mucha buena gente en este mundo que escucha una canción o lee un poema: ellos saben muy bien que la patria de todos es el canto, la voz y la palabra; única patria que no pueden robarnos ni aún poniéndonos de espaldas contra un muro y deshaciéndonos en mil pedazos".Unas niñas preguntan asombradas a sus padres: ¿Son de verdad?
No, esta vez no. Pero hace años sí lo fueron; lo son, a kilómetros de aquí y, un día, podríamos ser nosotros.
Mis pies ya no pueden más. Gritan de dolor. La pierna izquierda comienza a cojear, en la derecha un tirón hace acto de presencia. Es la edad, son los achaques de una futura veinteañera. Soy muy exagerada, sí.
Sentada en el ferrocarril, la mirada perdida, la música resonando en mis oídos, falta un minuto para que arranque el motor, pero la gente se acerca corriendo. Es curioso observar las diferentes expresiones que adquiere el rostro de aquéllos que creen que el tren los va dejar. Bueno, no metafóricamente hablando claro, aunque también. La gente suele apretar los labios, abrir mucho más los ojos, o escudriñar el reloj de la estación para ver cuánto falta; también los hay que extienden los brazos hasta más no poder, como pidiendo auxilio al conductor.
Y se acabó. Bueno, la tortura no. Aún me quedan 32 escalones que subir con una pierna coja y un tirón en la otra.
Abro la puerta. En el sofá, en mi sofá, la parejita del año. Sólo faltan las palomitas y el refresco para la sesión de cine. Enciendo mi ordenador que está a prueba. Esta vez se ha portado bien.
Tengo hambre. ¿Alguien quiere comer?