
Lo divisas ya en el horizonte.
Es ese charco que no quieres pisar.
No es un espejismo, no.
Es muy líquido y muy sólido a la vez.
Los hay de todos los tamaños, colores, olores, sabores y texturas.
Los hay de agua con asfalto; con añadidos de desperdicios públicos.
Los hay más verdes, ecológicos; con olor a grama recién cortada.
Los hay también negros cual semilla del exquisito zapote, pero de una consistencia viscosa, que mata océanos enteros y, sin embargo, alimenta tantas bocas en el mundo entero.
Para algunos son la fuente de la vida, el manantial de donde calmar la sed en momentos de sin salida.
Para los descalzos, un alivio en verano; para las que llevan caros tacones, mucha mala suerte y unos cuantos euros perdidos.
Para un coche, un boleto gratis de risas aseguradas si mojas a alguien. O de remordimiento, quién sabe.
Para otros es simplemente la metáfora de todo aquello que no desean tocar, el frío que hiela atravesando la tela rota del zapato, el esfuerzo en vano de construir un puente por el que te tambaleas intentando no caer. Y caes.
Lluvia, lluvia, lluvia, si esta vez me toca a mí, yo lo quisiera saber
Franco De Vita